Me apuesto cualquier cosa a que el café lo tomas siempre de la misma marca, solo te fías de ciertos quitamanchas, el pintalabios y el rímel siempre vienen con el mismo logo y difícilmente te sacaran de tu buscador favorito. Esto te pasa a ti, a mí, al vecino del cuarto, a su prima y al alcalde de Nueva York. No es que seamos humanos con inercias, es que consumimos marcas que van acordes y en plena armonía con nuestro estilo de vida y forma de pensar. Ah y nivel económico, claro está. Por muy Ferrari que te sientas, si no tienes muchos ceros en tu cuenta corriente… ejem.
Nos gustan ciertas marcas porque nos vemos plasmadas en las historias que cuentan, en sus fotos, sus anuncios… damos likes y compartimos porque es justamente lo que estábamos pensando nosotros. Hay ciertas marcas, que nos hacen sentir.
Ejemplo, el runner que empezó de la nada, se fue superando, día tras día, con sacrificio, esfuerzo, constancia… ve esos anuncios motivacionales de Nike, y hablan de él. Cómo para no sentirse identificado. Y no solo eso, es capaz hasta de.. emocionarse. Sí. Habéis leído bien. Personalmente, me he emocionado con más anuncios, spot, entradas, vídeos,… de marcas que con cartas que me ha escrito mi novio. Efectivamente, mi novio no me ha escrito ninguna carta. Pero las marcas, ellas se dejan la piel por hacerme sentir. Y por eso las quiero. Y tú. Por eso las quieres tú también. ¿la razón? Los razonamientos lógicos como “las zapatillas de Nike están fabricadas por niños en países desarrollados” pasan a un segundo plano. Porque somos así. No os confundáis, no justifico lo que hacen, ni mucho menos. Pero ambos son hechos verídicos; que sus zapatillas están fabricadas en países en proceso de desarrollo y que sus ventas en su sector son envidiadas por la competencia. Aunque desde aquí os digo que mis deportivas no son NIKE.
El marketing emocional es el rubio seductor del pueblo que se ha hecho a todas las tías del barrio. Ese. El que te camela, te convence, te hace sentir sentimientos – falsos- pero sentimientos. Y claro, así todos acabamos en el huerto.
Una vez que hemos llegado a esta altura, qué os gusta más
- 2×1 en tacones
- ¿Subir para ver o para que te vean? En cualquier caso, únete a las que vamos pisando fuerte.
Prefieres la segunda, aunque ni haya dos por uno, ni descuento, ni na de na. Porque te ha tocado ese lado sensible que tienes, y tú también quieres ser lo más. Quieres ver y que te vean y pisar fuerte…. Bla bla bla. Te ha vuelto a llevar al huerto.
Y es por esto que hemos matado al marketing tradicional. Ahora o emocionas, o conectas con tu lector, o este te va a dar plantón. Así de claro. Ponte las pilas.
El creador del marketing emocional, no descubrió América, descubrió a las personas. Las analizó. Porque esto mismo que nos pasa con el marketing nos pasa con todo en la vida:
Dicen que necesitamos aproximadamente 7-10 segundos para hacer un juicio sobre algo – si ha combinado rosa y rojo nos sobran 6 segundos – . En ese tiempo ya tenemos un pre-juicio (juicio precoz, no prejuicio con connotaciones negativas) sobre esa persona, esa tienda online, ese escaparate, el vestido que te enseña tu mejor amiga o el regalo que te hace la suegra para tu cumpleaños. Y eso, es así.
Desde luego que no es porque yo lo diga. Es porque el ser humano, por biología, funciona así. Al recibir ciertos estímulos (olores, colores, mensajes, sabores…) hacemos un análisis crítico y decidimos si eso va con nosotros o no. De forma automática. Ropas, comidas, personas… lo hacemos siempre, con todo. La primera impresión lo es todo, y tal y como dice mi amor platónico Oscar Wilde “no hay una segunda oportunidad para crear una buena primera impresión”. Por eso las marcas invierten tantos ceros en estrategias de marketing curradísimas. Son como esas chicas que sin conocernos nos sonríen (a veces hasta demasiado) porque quieren caer bien. Igual.
De todas formas, os puedo prometer que hay algo peor que un primer juicio malo… ¿sabéis qué es? Que no haya juicio. Que la persona haya pasado delante de ti y ni siquiera se haya enterado de que estabas ahí, intentando llamar su atención. Flipante ¿verdad?
Hay algo peor que ser una persona de la que se habla y es ser alguien de quién no se habla.
-cito tanto porque soy una geek de la lectura y porque Oscar Wilde está siempre presente-
Hoy en día todas y cada una de las marcas que está en activo quiere posicionarse, y no en el mercado, si no en tu cabeza. Quiere hacerse un huequito. Y viene para quedarse (o lo intenta). Todas esas técnicas emocionales en las que la marca hace sentir a la persona, al mismo tiempo están creando un impulso de compra en su conducta. Amazing ¿verdad? Pues eso no es todo. Si tras su consumo la persona queda satisfecha como la marca le prometió, es muy muy probable que repita y se convierta en un cliente fiel. Así es como ellos se apuntarán un gol en su lista de clientes fidelizados. Y aunque no seas más que una persona más en su base de datos, a ti te gusta que esa marca te envíe un mail con tu nombre felicitándote en tu cumpleaños.
No exagero si digo que hemos llegado a un punto en el que somos más fieles a las marcas que a las personas. Zas. Eso ha dolido, ¿eh?.
El capitalismo, la internacionalización y las grandes marcas han cambiado nuestra vida y nuestra conducta: Hemos pasado de comprar leche y pan porque teníamos que comer a comprar un maquillaje L’Oreal porque yo lo valgo. Cambiando enteramente la lógica por lo emocional. Somos sensibles por naturaleza <3 ¡qué bonito!
Ahora, después de esta breve lectura, analízate. ¿Cómo hablas a tus clientes? ¿Eres de los que realmente conecta con sus sentimientos? Compartes alegrías, tristezas, felicitas días importantes, celebráis cosas juntos…¿o más bien eres de los que sorteas esos productos que te van quedando en demasiado stock?
En cualquier caso, hagas lo que hagas, muéstrate siempre agradecido a tu cliente. Gracias a él estás donde estás, no a lo estupendo que eres como emprendedor. Él te da la vida, hazle vibrar tú a él, como solo tú sabes.
Keep on rocking!